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lunes, 24 de noviembre de 2014

Ferias Ganaderas y Tratantes de ganado en El Guijo

Ya en otra ocasión, hablábamos de las ferias agroganaderas a las que solían acudir los guijeños en el pasado.

Nos centraremos ahora en las ferias dedicadas exclusivamente a la ganadería y en el oficio del tratante de ganado, personaje importantísimo en un pueblo ganadero como el nuestro. Los ganaderos de nuestro pueblo acudían principalmente a las ferias de Jarandilla de La Vera, que se celebraban en “Las Eras”, donde actualmente está el Instituto de Educación Secundaria. No se trataba de un mercado de gran importancia pues se centraba principalmente en el ganado menor (cabras y ovejas) aunque también se vendían algunas bestias (équidos) y vacas.



La feria de San Miguel de Navalmoral de La Mata sí que tenía más fama. Se iba sobretodo a comprar y vender bestias y, hasta la década de 1950, se vendieron muchas novillas para ser utilizadas como animales de labor. Por San Andrés, se bajaba a vender los chotos que había nacido en la primavera anterior y que ya estaban destetados y listos para su sacrificio. En Navalmoral, la carne de los chotos guijeños gozaba de gran fama.

Sin duda alguna, la feria ganadera a la que más guijeños acudieron siempre fue la feria de octubre de El Barco de Ávila. Se compraba y vendía allí todo tipo de ganado además de artículos ganaderos de todo tipo, teniendo gran fama las albardas que con gran maestría hacían algunos artesanos serranos. Todavía hoy, algunos guijeños acuden a esta feria en la que se puede admirar excelente ganado vacuno de las razas Charolesa, Limusina, Blonda de Aquitania, Rubia Gallega y Avileña-Negra Ibérica. Por supuesto, acuden a esta feria los campanilleros de Montehermoso. Como es bien sabido, no hay ganaderos más aficionados a los cencerros o campanillos que los de nuestro pueblo.



A gran distancia, se celebraban las ferias de Trujillo, Zafra y Salamanca. En el pasado, ningún ganadero guijeño podía permitirse el lujo de abandonar durante varios días su actividad para asistir a dichas ferias. Hoy en día, las cosas han cambiado mucho y son varios los ganaderos y vecinos de El Guijo los que acuden a estas ferias.

En último lugar hablaremos de una de las ferias más importantes para los ganaderos guijeños y a la que cada año asiste más gente de nuestro pueblo. Se trata de la Feria de Santiago, que se celebra el 26 de julio en la villa abulense de Navarredonda de Gredos. En esta feria pueden admirarse excelentes ejemplares de ganado vacuno así como extraordinarios caballos y numerosos burros. Por supuesto se venden también todo tipo de artículos relacionados con el sector ganadero. En septiembre, se celebra en dicha localidad la Feria Chica, centrada en el ganado equino, principalmente caballos de raza Hispano-Bretona.

Repasadas las principales ferias a las que acudieron y todavía acuden muchos guijeños, hablaremos ahora de un personaje muy importante para el mundo ganadero: El tratante de ganado. Conocido también como chalán, el tratante de ganado recorría las ferias y los pueblos en busca de ganado que luego revendía a otros tratantes o a los mataderos.

El trato de vacas, ovejas y cabras lo realizaban personas de todo tipo pero en cuanto a la venta de bestias raro era el tratante que no era gallego (hasta mediados del siglo XX) o gitano.

Los tratantes gallegos salían de su tierra con largas recuas de bestias, principalmente mulos, que iban vendiendo por los pueblos previamente establecidos. Solían vender a plazos por lo que el recorrido solía ser cada año el mismo. De esa forma, aprovechaban para vender nuevos animales pero a la vez cobraban los que habían vendido el año anterior. Los tratantes gallegos eran fáciles de reconocer por su indumentaria pues vestían largos blusones negros. No todos eran gallegos pues los había también zamoranos, que se centraban en vender los famosos burros de raza Zamorano-Leonesa. Poco a poco, estos tratantes dejaron de realizar tan largos viajes y su puesto fue ocupado paulatinamente por tratantes gitanos que tenían una maestría asombrosa en el oficio.

Al contrario que los gallegos, que se dedicaban casi en exclusiva a la venta de animales, los gitanos también compraban potros, buches (burros pequeños) y muletos (mulos pequeños) que luego recriaban y vendían ya domados a un precio mucho mayor por lo que el margen de beneficio era elevadísimo.



El trato ganadero seguía todo un ritual. El tratante solía comenzar preguntando al ganadero cuánto pedía por el animal a lo que éste daba una cifra. El tratante respondía ofreciendo una cifra mucho menor alegando que el animal no valía el precio que decía el ganadero. Muchos ganaderos sabían bien esta costumbre de los tratantes y de entrada ya pedían mucho más de lo que querían obtener por el animal. Cada uno iba diciendo cifras hasta que quedaban de acuerdo y se daban la mano. Una vez hecho esto, el trato quedaba cerrado y no podía cambiarse. No hacían falta papeles ni firmas. La palabra dada era “sagrada e iba a misa”. Normalmente, en los tratos siempre había un intermediario entre las dos partes que además servía de testigo si alguna de las partes quería cambiar cuando el trato se había cerrado ya.

Aunque los tratos de compraventa de ganado, eran cosas de hombres, había un determinado tipo de ganado que era cosa de las mujeres. Nos referimos a las gallinas y demás aves de corral. Hasta los años 60 ó 70 del siglo XX, las mujeres guijeñas criaban sus propios pollos en casa y se encargaban de vender los sobrantes, es decir los pollos que no se engordaban para el consumo de la casa. Solían venderlos en el pueblo a otras mujeres que tuviesen algún acontecimiento familiar y necesitasen pollos para la comida.

Después apareció la famosa figura del pollero, peculiar tratante que en primavera acudía con su camión cargado de gallinas y demás aves de corral. Las mujeres se arremolinaban en torno al camión y comenzaban a negociar con el pollero. Al contrario que otros tratantes éste ponía un precio por animal que era innegociable pero ofrecía a las mujeres la posibilidad de regalarles un pollo si compraban alguna gallina más y ahí era donde comenzaban las negociaciones para conseguir el pollo. Si la mujer pedía ocho gallinas, el pollero decía que si compraba doce le regalaba el pollo a lo que la mujer contestaba que le compraba nueve y no más. Seguían negociando hasta que uno de los dos, normalmente el pollero, acababa cediendo. El pollero estuvo viniendo al Guijo hasta hace una década más o menos.

Hoy en día, las vacas centran toda la atención de los tratantes pero ya pocos tratos se cierran en nuestro pueblo puesto que los chotos se venden en las dehesas antes de que las vacas suban a la sierra ya que allí es más fácil cargarlos en los camiones. El trato se realiza de manera algo diferente puesto que los chotos se pagan “al peso vivo”, es decir, que según su peso tienen una cotización u otra. Normalmente, para facilitar las cosas, se establece un peso medio y en base a él se venden todos los ejemplares del lote.

Información facilitada por Silvestre de la Calle García

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