Cuenta una bonita leyenda, que un
cabrero de Abisinia (actual Etiopía), observó el efecto que provocaba a sus
cabras el consumo de unas bayas rojas producidas por un arbusto. El cabrero
observó que las cabras tenían más energía y vitalidad y que se mantenían mucho
más activas de lo habitual cuando consumían aquellas bayas. El cabrero probó
las bayas y observó que sufría los mismos efectos que su ganado. Intrigado,
llevó una rama de la planta y unos frutos a un monasterio para que los monjes
investigaran sobre el asunto. Uno de los monjes, interesado por lo que el
cabrero le había contado, preparó una infusión con las hojas y las bayas pero
al probarla, su repugnante sabor hizo que la tirase inmediatamente. Enfadado,
el monje arrojó al fuego el resto de hojas y bayas que había llevado el cabrero.
Sin embargo, al quemarse, las bayas desprendían un maravilloso olor que pronto
inundó el monasterio. El monje preparó de nuevo la infusión pero con bayas
tostadas. Bebió el líquido resultante y se dio cuenta de que resultaba
exquisito y que tenía los efectos indicados por el cabrero. La bebida se
popularizó rápidamente entre los monjes que la tomaban para permanecer
despiertos durante la oración. Otras versiones dicen que el pastor entregó las
hojas y bayas a un sabio musulmán.
En cualquier caso, el cultivo y el
consumo del café se fue extendiendo. Supuestamente, los hechos narrados en la
leyenda, ocurrieron hacia el siglo IX, pero el consumo de café no se popularizó
realmente hasta el siglo XV. En Europa el consumo se extendió poco a poco pero
fue a partir del siglo XVII cuando se extendió con rapidez. Comenzó a
cultivarse entonces en todas las zonas tropicales del Mundo, llegando por
supuesto a las colonias que España poseía en América, convirtiéndose en un
lucrativo cultivo.
Pero centrémonos en su consumo en El
Guijo. Hasta finales del siglo XIX pocos guijeños conocían que existía tal
producto. Además al ser un producto de importación resultaba caro y como el
dinero era muy escaso, se prestaba poca atención al café. Sin embargo, fue
popularizándose despacio. En un principio, se consumía en las matanzas como un
auténtico lujo. El resto del año, la gente corriente consumía para desayunar
sopas de patatas, gachas y castañas empringás mientras que la gente acomodada
desayunaba chocolate, que era todavía algo más “lujoso”.
En 1921 se produce un hecho
importantísimo para popularizar el consumo de café en nuestro pueblo. El
matrimonio formado Ángel de la
Calle Jiménez (1896 – 1975) y Justina Vicente Burcio (1902 –
1971), abrió en su casa de la
Plaza de los Corredores el primer establecimiento en el que
se servía café. Hasta entonces, sólo había pequeñas tabernas en las que
únicamente se servía vino.
Se trataba de un magnífico edificio
de tres plantas y desván, donde este matrimonio tenía un sinfín de negocios. En
la planta baja estaban la bodega, la cuadra y una fábrica de gaseosa que podía
degustarse en el bar. En la planta principal había un amplio salón que hacía
las veces de taberna, baile y cine. En la planta superior estaba la vivienda
familiar en la que residían Ángel y Justina con su numerosa familia. En esta
planta había un coqueto saloncito que era popularmente conocido como “la sala
del café” y era allí donde se podía degustar tan “exclusivo” producto.
Sólo los hombres acudían a tomar café
pues estaba muy mal visto que las mujeres frecuentasen tales lugares, a
excepción del baile.
En un principio, el rico café de
puchero se servía con leche de cabra puesto que las escasas vacas que había por
entonces en el pueblo eran todas de carne y únicamente producían la leche
necesaria para alimentar a la cría y la poca que sobraba y se ordeñaba, se
destinaba a la elaboración de queso.
La leche procedía de las propias
cabras que el matrimonio tenía en su corral de El Toril.
En los años 30 y con motivo de la
gran demanda de café, Ángel y Justina compraron la primera pareja de vacas
Frisonas, conocidas aquí como Suizas. Con la leche de estas vacas comenzó a servirse
el café aunque durante muchos años se siguió sirviendo café con leche de cabra
porque a muchos clientes les desagradaba el “aguado” sabor de la leche de vaca.
Posteriormente, este establecimiento
fue regentado durante muchos años por Justino de la Calle Vicente, hijo
de Ángel y Justina. El bar se trasladó entonces a la Carretera Nueva,
donde actualmente lo regenta Ángel Pascual de la Calle Leal, nieto de
los fundadores del negocio. Posteriormente, surgieron muchos
bares que servían exquisitos cafés.
A lo largo de la historia, la
elaboración del café ha cambiado mucho. En un principio, el café se compraba en
grano y se molía en casa con los tradicionales molinillos de los que había dos
tipos.
El café molido se echaba en un puchero
con agua hirviendo y se ponía a cocer a la lumbre. Cuando cocía, se retiraba
del fuego, se colaba y quedaba listo para servir.
Si no se disponía de molinillo, cosa
frecuente en muchas casas o cuando se estaba en la sierra con el ganado durante
los meses de verano, el café se preparaba cociendo directamente los granos de
café en el puchero.
Posteriormente aparecerían las
cafeteras italianas que tenían dos recipientes y un filtro para el café. El
recipiente inferior se llenaba de agua, después se colocaba el filtro con el
café molido y por último se enroscaba el recipiente inferior. Se ponía la
cafetera al fuego y el café estaba listo cuando subía al recipiente superior.
Más adelante aparecieron ya las modernas cafeteras eléctricas.
Sin embargo y por mucho que hayan
cambiado las cosas, para muchos guijeños no hay café más exquisito que un buen
café de puchero con la riquísima leche de las cabras que pastan en nuestras
sierras. Para acompañar el café, nada mejor que algunos dulces típicos guijeños.
Información aportada por Silvestre de la Calle García