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lunes, 22 de septiembre de 2014

El Café en Guijo de Santa Bárbara



Cuenta una bonita leyenda, que un cabrero de Abisinia (actual Etiopía), observó el efecto que provocaba a sus cabras el consumo de unas bayas rojas producidas por un arbusto. El cabrero observó que las cabras tenían más energía y vitalidad y que se mantenían mucho más activas de lo habitual cuando consumían aquellas bayas. El cabrero probó las bayas y observó que sufría los mismos efectos que su ganado. Intrigado, llevó una rama de la planta y unos frutos a un monasterio para que los monjes investigaran sobre el asunto. Uno de los monjes, interesado por lo que el cabrero le había contado, preparó una infusión con las hojas y las bayas pero al probarla, su repugnante sabor hizo que la tirase inmediatamente. Enfadado, el monje arrojó al fuego el resto de hojas y bayas que había llevado el cabrero. Sin embargo, al quemarse, las bayas desprendían un maravilloso olor que pronto inundó el monasterio. El monje preparó de nuevo la infusión pero con bayas tostadas. Bebió el líquido resultante y se dio cuenta de que resultaba exquisito y que tenía los efectos indicados por el cabrero. La bebida se popularizó rápidamente entre los monjes que la tomaban para permanecer despiertos durante la oración. Otras versiones dicen que el pastor entregó las hojas y bayas a un sabio musulmán.



En cualquier caso, el cultivo y el consumo del café se fue extendiendo. Supuestamente, los hechos narrados en la leyenda, ocurrieron hacia el siglo IX, pero el consumo de café no se popularizó realmente hasta el siglo XV. En Europa el consumo se extendió poco a poco pero fue a partir del siglo XVII cuando se extendió con rapidez. Comenzó a cultivarse entonces en todas las zonas tropicales del Mundo, llegando por supuesto a las colonias que España poseía en América, convirtiéndose en un lucrativo cultivo. 



Pero centrémonos en su consumo en El Guijo. Hasta finales del siglo XIX pocos guijeños conocían que existía tal producto. Además al ser un producto de importación resultaba caro y como el dinero era muy escaso, se prestaba poca atención al café. Sin embargo, fue popularizándose despacio. En un principio, se consumía en las matanzas como un auténtico lujo. El resto del año, la gente corriente consumía para desayunar sopas de patatas, gachas y castañas empringás mientras que la gente acomodada desayunaba chocolate, que era todavía algo más “lujoso”.

En 1921 se produce un hecho importantísimo para popularizar el consumo de café en nuestro pueblo. El matrimonio formado Ángel de la Calle Jiménez (1896 – 1975) y Justina Vicente Burcio (1902 – 1971), abrió en su casa de la Plaza de los Corredores el primer establecimiento en el que se servía café. Hasta entonces, sólo había pequeñas tabernas en las que únicamente se servía vino.

Se trataba de un magnífico edificio de tres plantas y desván, donde este matrimonio tenía un sinfín de negocios. En la planta baja estaban la bodega, la cuadra y una fábrica de gaseosa que podía degustarse en el bar. En la planta principal había un amplio salón que hacía las veces de taberna, baile y cine. En la planta superior estaba la vivienda familiar en la que residían Ángel y Justina con su numerosa familia. En esta planta había un coqueto saloncito que era popularmente conocido como “la sala del café” y era allí donde se podía degustar tan “exclusivo” producto. 

Sólo los hombres acudían a tomar café pues estaba muy mal visto que las mujeres frecuentasen tales lugares, a excepción del baile.

En un principio, el rico café de puchero se servía con leche de cabra puesto que las escasas vacas que había por entonces en el pueblo eran todas de carne y únicamente producían la leche necesaria para alimentar a la cría y la poca que sobraba y se ordeñaba, se destinaba a la elaboración de queso.

La leche procedía de las propias cabras que el matrimonio tenía en su corral de El Toril.

En los años 30 y con motivo de la gran demanda de café, Ángel y Justina compraron la primera pareja de vacas Frisonas, conocidas aquí como Suizas. Con la leche de estas vacas comenzó a servirse el café aunque durante muchos años se siguió sirviendo café con leche de cabra porque a muchos clientes les desagradaba el “aguado” sabor de la leche de vaca.

Posteriormente, este establecimiento fue regentado durante muchos años por Justino de la Calle Vicente, hijo de Ángel y Justina. El bar se trasladó entonces a la Carretera Nueva, donde actualmente lo regenta Ángel Pascual de la Calle Leal, nieto de los fundadores del negocio. Posteriormente, surgieron muchos bares que servían exquisitos cafés. 

A lo largo de la historia, la elaboración del café ha cambiado mucho. En un principio, el café se compraba en grano y se molía en casa con los tradicionales molinillos de los que había dos tipos.

El café molido se echaba en un puchero con agua hirviendo y se ponía a cocer a la lumbre. Cuando cocía, se retiraba del fuego, se colaba y quedaba listo para servir.



Si no se disponía de molinillo, cosa frecuente en muchas casas o cuando se estaba en la sierra con el ganado durante los meses de verano, el café se preparaba cociendo directamente los granos de café en el puchero.



Posteriormente aparecerían las cafeteras italianas que tenían dos recipientes y un filtro para el café. El recipiente inferior se llenaba de agua, después se colocaba el filtro con el café molido y por último se enroscaba el recipiente inferior. Se ponía la cafetera al fuego y el café estaba listo cuando subía al recipiente superior. Más adelante aparecieron ya las modernas cafeteras eléctricas.



Sin embargo y por mucho que hayan cambiado las cosas, para muchos guijeños no hay café más exquisito que un buen café de puchero con la riquísima leche de las cabras que pastan en nuestras sierras. Para acompañar el café, nada mejor que algunos dulces típicos guijeños.

Información aportada por Silvestre de la Calle García



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