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martes, 27 de mayo de 2014

Retazos de un amor truncado: Relato ganador del segundo certamen de relato corto Viriato

Título: Retazos de un amor truncado
Autora: Rocío Jiménez Montoro

Desde la cama del hospital, intentando mantener viva su esencia, Abril, en un momento de soledad, recordaba viejas vivencias, retazos de una vida a la que no pudo pedirle más. El tiempo en la planta de oncología parecía no correr, pero él siempre estaba a su lado para acariciarla, mimarla y darla aliento. Apenas había salido unos minutos para hablar con el médico y ella ya notaba su ausencia.

John llegó a su vida cuando más lo necesitaba, cuando más sola se sentía. Sin esperarlo, un 19 de julio encontró a su alma gemela, ironías de la vida, en la sala de espera de un centro sanitario. Tenía revisión y ya llegaba tarde al trabajo, nerviosa, caminando de un lado a otro, tropezó con él. Era un joven alto, apuesto, algo desaliñado, pero con una sonrisa hipnótica. Ambos cruzaron miradas, ella pidió perdón y él supo que la amaría el resto de sus días. El doctor salió a llamar por orden y John era el siguiente, enseguida ofreció a Abril su turno, había notado su inquietud y visto las veces en las que, con angustia, había mirado el reloj. Tenía la mañana libre, así pues, aquello no suponía un problema, esperaría algo más, menos de lo que había esperado en su larga existencia para encontrarla. Ella agradeció su gesto y a cambio le ofreció tomar un café otro día. Ante la atenta mirada del resto de pacientes intercambiaron los teléfonos con la promesa de volver a verse.

Poco a poco fueron conociéndose, cada línea de sus cuerpos, cada recoveco de sus mentes, cada vena de sus corazones y cuanto más sabían uno del otro, más se amaban. Eran dos jóvenes que soñaban con un futuro juntos, que hacían planes, pero ambos ignoraban lo que el destino les tenía reservado. Y es que el amor, muchas veces, duele más que la soledad. Abril se sentía plena, llena de felicidad y cada mañana daba gracias por lo que tenía. Pasaron los meses y pronto decidieron vivir juntos, porque los minutos que no estaban unidos se enredaban en su estómago, en su pelo y les sumía en la más profunda oscuridad.

En pequeñas cajas metieron su infancia, sus recuerdos y tesoros más preciados, para compartirlos, para llevarlos a una nueva etapa en la que siempre permanecería la esencia de aquel pirata y aquella princesa de cuento.
Fueron pasando los años y todo iba viento en popa, se regalaban miradas, abrazos, besos furtivos, hablaban de sus días, se contaban todo, no solo se habían vuelto inseparables 2 sino que eran los mejores amigos que podían haber encontrado. Pero cuando crees tenerlo todo, la vida te da un revés, te abre los ojos, y te recuerda que estás aquí de paso, que puede hacer y deshacer a su antojo.

Pronto se hicieron ilusiones con la idea de formar una familia, era lo único que podría aportar un rayo más de luz en su apacible existencia. Lo intentaban, pero algo no funcionaba, aún así no perdían la esperanza, eran jóvenes y tarde o temprano llegaría. Pero algo se rompía poco a poco dentro de Abril, deseaba ser madre más que nada en el mundo y la sola idea de que por su culpa no pudieran tener al tan soñado bebé le llevó, a escondidas, a hacerse unas pruebas de fertilidad. Y lo que aquel día encontró, fue algo a lo que siempre había temido, a aquella que todo lo tiñe de negro.

Apenas habían pasado dos días cuando el teléfono sonó, John estaba en el trabajo así que estaba sola. Era el médico, tenía malas noticias, no quería contarle nada por teléfono, era mejor que acudiese a consulta y allí, en una hora, se lo explicaría mejor. En ese momento Abril no tenía ni idea de lo que iba a venir, tan solo pensó que no podía tener hijos, pero eso no podría empañar su felicidad, adoptarían, habían tantos niños faltos de amor que lo más importante era compartir con alguien todo lo que habían construido.

Cogió su coche y camino a su final, como si de una premonición se tratase, fue viendo su vida, aquellos momentos en los que creía ser inmortal, aquellos en los que se veía sentada en una mecedora, acunando, entre sus brazos, a alguno de sus nietos, disfrutando del paisaje, disfrutando de la brisa de la mañana. Y llegó el momento, con el corazón en un puño entró en aquel frío hospital para enfrentarse a su verdad. El médico tenía mala cara, estaba intranquilo, nervioso, no sabía por donde empezar, no sabía como debía darle la noticia. No había mucho que decir, las pruebas habían revelado un cáncer de útero, estaba en fase 4, había metástasis, y ya, no había vuelta atrás. Podrían paliar su dolor, darle unos meses más con quimioterapia pero no había operación posible que lograra sacar de ella todo su mal, no había esperanzas. Entonces sentada en aquella butaca la realidad le lanzó una bofetada y la vio, allí estaba ella, esperándola.

Abril se quedó bloqueada, todo su mundo se paró, no pensaba en sí misma, tan solo veía la cara de John. ¿Cómo podría decirle todo esto? ¿cómo explicar que su vida en común 3 se iba acabar?, se hizo el silencio, perdió el color y muy pronto, aturdida por tanta información, cayó al suelo. En su inconsciencia no dejaba de preguntarse, ¿Por qué a mí? ¿qué hice mal? ¿cómo no me di cuenta antes? Y mientras las posibles respuestas taladraban su cabeza despertó en una fría habitación rodeada de tubos y cables, fue entonces cuando se dio cuenta de que, por él, lucharía hasta su último aliento.

Comenzaron a hacerle pruebas, a ofrecer distintas posibilidades, llevaba prácticamente todo el día allí y debía llamar a John, estaría preocupado. Pero no quería contárselo bajo aquellas paredes, quería que, al menos, el lugar fuese hermoso, tan hermosos como habían sido sus años juntos. Lo citó en uno de sus lugares favoritos, junto a un pequeño lago al que solían ir los domingos de picnic. Extendió su manta, sacó decenas de fotos que fue atesorando y ante el asombro de John, Abril fue creando un cuento para él que así decía:

Érase una vez una joven princesa que cada día lloraba y lloraba por sentirse sola, sus días eran eternos y sus noches largos océanos. Cuando apenas tenía ganas de seguir viviendo, llegó él, un rudo pirata con capa y espada que con mucho amor la liberó de su dolor. Juntos marcharon lejos de aquel lugar, y en un bonito bosque echaron raíces juntos. Pero, como las flores, las personas también se marchitan y la joven princesa que no podía ser ya más feliz empezó a secarse, su hora había llegado. El pirata no tenía que estar triste porque nunca debería olvidar que todas las sonrisas que la hicieron feliz fueron fruto de su encanto, de su amor, de su dulzura…

Fue entonces cuando John la interrumpió, pálido y con los ojos vidriosos le pidió que le contara qué estaba pasando. Abril con gran entereza contuvo las lágrimas y le dijo lo que el doctor le había explicado. Furioso, John se levantó y golpeó una y otra vez a un pequeño árbol, las lágrimas rodaban por su cara, aquello no podía ser cierto, no podía perderla, no la dejaría marchar. La abrazó para evitar que el tiempo pasase, para evitar que la fría muerte se la arrebatase.

Los meses fueron pasando, John dejó su trabajo para dedicarse por completo a Abril en sus últimos momentos. Habían probado todo, tratamiento experimentales, nuevos fármacos, quimioterapia…pero la vida se iba apagando en sus ojos. Era toda una luchadora, apenas la habían dado dos o tres meses y ya superaba los seis. Estaba 4 agotada, ya no le quedaban fuerzas para seguir, pero en lo más profundo de su ser sabía que no podía abandonarle todavía, John no estaba preparado. 

No pasó un día en el que él se marchase a casa, cada noche la pasó a su lado, le contaba anécdotas, leía para ella sus novelas favoritas, le hacía reír siempre que podía, pero los estragos de esta dura enfermedad también le estaban pasando factura a él. La sonrisa, esa que tanto la enamoró en aquella sala, se había desdibujado, los años parecían haberse apoderado de su piel y su cuerpo y Abril no podía permitir aquello, le amaba y le amaría allá donde fuese, pero él necesitaba pasar página, necesitaba recuperar su vida e intentar, al menos, seguir adelante sin ella. Siempre tendría sus recuerdos, eso ni la muerte podría arrebatárselos. 

Una mañana, cuando John estaba hablando con el doctor, Abril empezó a despedirse de todo aquello que había vivido, recordó esta historia, su historia. Aunque asustada, muy asustada, estaba lista para partir. Al entrar, ella le cogió sus manos, las besó y le pidió que le dejase marchar. En ese momento John se sumergió en su mundo, ¿qué sentido tendría la vida ahora que lo iba a perder todo? En este frío invierno se le escapaba su primavera, se le escapaba su Abril, no podía ser egoísta pues ella ya no podía más. El miedo recorrió su cuerpo, se vio solo, ya no tenía nada, ya no la tendría más a su lado. Abril le dio las gracias por todo lo que él le había regalado, le pidió que como buen pirata guardase sus cosas en un cofre, como su tesoro, su gran tesoro y lo enterrara bajo tierra para que dentro de muchos años, juntos, volvieran a revivir su aventura. 

Las lágrimas recorrieron cada arruga de sus caras, se abrazaron, John se acercó y la susurró al oído: “Gracias por aparecer en mi vida, siempre supe que eras un ángel. Estoy muy orgulloso de ti, has luchado, pero aunque ella crea que ha vencido nuestro amor estará siempre por encima, descansa en paz y vuelve a tu cuento de hadas. Te quiero. ” Sus manos se soltaron, una sonrisa cubrió la cara de Abril, era libre, no tendría que pelear más, y sin apenas sentirlo exhaló su último aliento y su corazón se paró, pero nunca dejaría de latir por él.

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